Los españoles que viven en Catalunya se han manifestado últimamente por las calles y plazas de Barcelona para expresar su sentido de pertenencia a su patria, que consideran “una e indivisible”. Nada que objetar a sus aspiraciones, tan lícitas como las de cualquier otro colectivo.
Eso sí, lo han hecho con malos modos, con agresividad, con violencia. Lo de “Puigdemont a la prisión” (que recuerda viejas proclamas como la de “Mas a la cámara de gas”), pone de manifiesto la baja catadura moral de la mayoría de esa gente. Como contraste, el movimiento independentista ha expresado en todas las ocasiones un semblante pacífico, relajado y abierto, en las que el insulto brillaba por su ausencia. Es justamente al comparar estos comportamientos cuando se manifiesta claramente la distancia cultural (en términos de valores) entre Castilla y Catalunya. Entre una sociedad jerarquizada y absolutista, en la que el pueblo teme al poder y se ajusta a sus consignas, que no hizo la Revolución Industrial, lideró la Contrarreforma e ignoró el Siglo de las Luces, y una sociedad de menestrales, comerciantes y artesanos donde el poder era pactista, que hizo primero la Revolución Mercantil y luego la Industrial, que practicó la tolerancia, que estimuló la innovación y que hizo de la democracia una realidad natural y compartida.
Quizás sería bueno aclarar que esos españoles que viven en Catalunya, en una futura Catalunya independiente, podrían optar por mantener su ciudadanía española o compartirla si quieren (doble nacionalidad española-catalana), aunque para mí es un oxímoron querer ser a la vez una cosa y la otra. En cualquier caso, no habría ningún problema sobre este tema y la decisión sería libre y personal. Otros muchos ciudadanos, como es mi caso, renunciarían a la ciudadanía española y optarían únicamente por la catalana. Todo normal. No dramaticemos, por favor.
Volvamos ahora a las manifestaciones de los nacionalistas españoles. ¿Cuáles son sus orígenes, cuáles sus sentimientos, cuáles sus motivaciones para acudir a esas citas?
Hagamos un poco de historia.
A lo largo del tiempo, Catalunya ha recibido diversos flujos migratorios. Excepto el último (en pleno siglo XXI), todos han procedido del resto del Estado. Las Exposiciones Universales (finales del XIX y primeros del XX) supusieron una entrada importante de mano de obra no cualificada, que se orientó para trabajos de obra pública y vivió hacinada en pésimas condiciones, hasta que se asentó con ciertas dificultades. La industria catalana acabó absorbiendo este excedente. La tercera oleada se produjo tras la guerra civil, aunque en esa etapa la industria catalana había sufrido todo tipo de quebrantos y la incorporación al trabajo de los inmigrados fue más lenta. De nuevo la gente se buscó la vida como pudo, gracias a la red de contactos de familias y amigos procedentes de emigraciones anteriores.
Hay que destacar un hecho poco conocido y que sólo algunos historiadores han analizado con rigor. La dictadura franquista alentó ese flujo migratorio con el firme propósito de “castellanizar” Catalunya. El gran filólogo Joan Coromines, desde su cátedra en la universidad de Chicago, lo explica detalladamente en su libro “Llengua i Pàtria”, con el acertado título: “El pla d’immigració de Franco contra Catalunya: Un cas flagrant d’intent de lingüicidi i genocidi cultural”.
En paralelo, el Régimen financió la promoción de las “casas regionales”, a modo de centros de polarización sentimental hacia la “patria chica” y sus valores, mecanismo que se pensó podía contrarrestar la influencia perversa del país que los había acogido. Y en esa trampa cayeron muchos, sin tener en cuenta que si habían abandonado su lugar de nacimiento era, fundamentalmente, porque los “señoritos” y los “caciques” del lugar no les ofrecían oportunidades para progresar como personas libres. Sociológicamente siguieron viviendo en Catalunya como lo habrían hecho en Extremadura o en la Rioja, sin notar ninguna diferencia apreciable. Y cuando llegó el fraude de la “Transición”, los políticos autonomistas catalanes continuaron alimentando este extraño fenómeno de desajuste, con su apoyo a las ficciones de una“Feria de Abril” o una “Romería del Rocío” en Catalunya. Luego se extendió la “inmersión lingüística” (a mi juicio el mejor legado del gobierno Pujol), que ofreció a las nuevas generaciones una visión más global de su sentido de pertenencia y una posición de “no rechazo” a la lengua y a la cultura catalana, aunque su lengua habitual de comunicación en los grupos primario y secundario fuera el castellano. Y esto ha seguido siendo así, lo que explica que una parte de esa población, para enterarse de lo que ocurre en Catalunya (donde viven, piensan y sienten), acudan a la información de medios españoles (radios y televisiones públicas y privadas, como la 1, Antena 3, Telecinco, Radio Nacional, y otros subgéneros), que deforman sistemáticamente la realidad más palpable. El esperpento llega hasta el extremo de que los ciudadanos ingleses conocen mucho mejor el contencioso del primero de octubre (gracias a la BBC o a Sky News) que muchos de los habitantes de Santa Coloma, Hospitalet o Badalona.
Con estos condimentos, no es de extrañar que quieran continuar siendo sólo españoles.
Si dejamos el grueso de la respuesta nacionalista en la calle, podemos encontrar otras familias sociales que comparten ese ideario.
Empezaremos por los descendientes de aquellos que acompañaron a los vencedores de la guerra, que entraron a saco con todo en Barcelona (personas, instituciones, leyes, etc.). Eran militares, funcionarios, periodistas, jueces, fiscales y un variado repertorio de adictos al Régimen. Se sentían vencedores y espetaban al menor descuido “Hable usted en cristiano”. No necesitaban que nadie les alentara. Se repartieron por algunas zonas de la ciudad, con preferencia en la zona alta. Algunos ejemplos los tenemos en la calle Mandri y sus aledaños, y en Capitán Arenas y proximidades. Han vivido en casa una cultura franquista, les han vendido un relato nostálgico de paz y orden, votaron primero a Alianza Popular, ahora al PP y también a Ciudadanos (que interpretan conecta más con la modernidad). Se sienten españoles por los cuatro costados. Se comportan como “pijos grises”, es decir, no son genuinos, pero procuran que no se note. Son clase media baja en transición.
Un tercer grupo (clase media baja estancada) son los vinculados a la izquierda oficial. Sus padres y abuelos fueron represaliados, pero ellos han transformado su adhesión a un partido en una agencia de colocación. En los últimos cuarenta años han vivido de los Presupuestos Generales del Estado y no quieren que les cambie el entorno, donde piensan tendrían que ganarse el puesto de nuevo. Mayoritariamente de origen castellano, aunque se declaren bilingües por razones de conveniencia. Culturalmente son castellanos y continúan ejerciendo de “progres”, que a estas alturas resulta patético. Algunos se autodefinen como intelectuales y exquisitos, por lo que han recibido el sobrenombre de “izquierda caviar”.
Un cuarto grupo son catalanes de varias generaciones, los descendientes de los “catalanes de Burgos”, aquellos que se pasaron al franquismo cuando vieron peligrar sus intereses. De jóvenes militaron en grupos y partidos de izquierda (incluso en la clandestinidad), pero siempre contaron con el auxilio de sus papás si tenían problemas con los grises o con la Brigada Político Social. Eran y son hijos y nietos de una burguesía catalana que practicó el transformismo político y se hizo “demócrata” en veinticuatro horas. Potenciaron la cultura castellana en Catalunya, porque les resultaba más chic (ver “Gente bien” de Santiago Rusiñol). Luego se sintieron mal atendidos por el poder autonómico y se inventaron el “Foro Babel” y más tarde “Ciudadanos”, donde pusieron a unos amanuenses para que les hicieran el trabajo sucio. Sienten nostalgia por la época de la “gauche divine”, el Bocaccio y los regalados veranos de un selectivo Cadaqués. Desde su mundo perdido de “pijolandia”, piensan que “con Franco vivíamos mejor”. No han tenido manías en apuntarse a todo tipo de manifiestos contra la independencia de Catalunya.
Este es el material con el que tenemos que trabajar. Comparten el “a por ellos”,felicitan a “sus” fuerzas de orden público por sus cargas contra los independentistas catalanes, insultan a los Mossos d’Esquadra por hacer su trabajo sin agredir, y cantan con alegría “Puigdemont a la prisión” (o al paredón, que también rima).
No los vamos a cambiar, ni creo que se tenga que perder ni un minuto en esa tarea. Simplemente hemos de acudir a las urnas y ganarlos, aunque sólo sea por un voto.
Como bien dice Sun Tzu, “Si conoces al enemigo y a ti mismo, no debes temer elresultado”.
Nota:
Merece la pena leer con detenimiento la biografía no autorizada del señor Maza Martín, fiscal general del Estado. Lo encontrarán en el apartado “De otras webs”.
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