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Ya está todo el mundo al cabo de la calle
de que la farsa judicial montada al alimón por el gobierno español, el Tribunal
Supremo y el Consejo General del Poder Judicial (CGPJ) ha sido un rotundo
fracaso con aires de ridículo y consecuencias por ahora imprevisibles pero que
pintan mal. La conversión de un intento de causa general contra el
independentismo en un proceso judicial garantista estuvo tan repleta de
irregularidades y reveses internacionales que ha quedado en un
esperpento.
Esperpento que se aviva hoy con las
andanzas del juez Llarena en busca de amparos frente a su triste destino que,
para su congoja, quizá le sea muy gravoso y no solo en su estima profesional,
sino en su bolsillo, ya que el tribunal alemán pudiera condenarlo al pago de
costas. Evitar este resultado es el objetivo de la petición de amparo al CGPJ.
Este, presidido por el ariete de la derecha más montaraz, Lesmes, lo ha
otorgado e instado al gobierno a hacerlo efectivo. No correspondía formal ni
materialmente. La solicitud se presentó fuera de plazo y no se refiere a un
procedimiento por hechos de la función jurisdiccional en sentido estricto, sino
por manifestaciones personales públicas en ámbitos no judiciales que lo podrían
inhabilitar como juez instructor. No es asunto menor: tener a nueve personas en
prisión durante casi un año por orden de un juez que podría haber incurrido en
actos inhabilitantes es una monstruosidad y demuestra el absoluto desastre a que
ha llevado la política persecutoria del PP, alentada por C's, PSOE y algunos de
Podemos.
Un desastre en el que emerge la figura de
presos y exiliadas, sometidos ahora a la iniquidad de un prisión que, siendo
injusta en origen, redobla su injusticia al prolongarse. La responsabilidad es
ahora del PSOE. Y no solo no se ha intentado reconducir la situación a un clima
de diálogo con hechos como la liberación de las presas políticas, sino que se ha
intensificado la represión, la confrontación política (con la presencia del rey
el pasado 17-A en Barcelona) y la negligencia en el control de las bandas
fascistas callejeras cada vez más claramente incitadas, si no organizadas, por
C's y organizaciones parapoliciales.
El intento de desestabilizar Cataluña para
justificar una intervención armada que acabe con el independentismo (como si eso
fuera posible) no es un movimiento espontáneo, desestructurado, que surja
ocasionalmente. Es un plan sistemático. Joan Vintró, catedrático de derecho
constitucional, lo hace culminar y empezar a funcionar con la reforma de la Ley
Orgánica del Tribunal Constitucional, de 2015
con el fin de convertirlo en una obediente comisaría del gobierno. Sin duda es
así en los detalles del plan; en el espíritu, en la intención, nació con el
referéndum que quiso convocar M. Rajoy contra el proyecto de Estatuto de 2006 y
la desgraciada sentencia del Tribunal Constitucional de 2010.
Pero el plan no sale porque la
intervención de las jurisdicciones extranjeras lo ha abortado. Ha hecho
imposible el teatro que pretendía montar un parlamento casi unánimemente
nacional-español, con ayuda de una judicatura complaciente y unos medios
estrictamente controlados para hacer pasar como acción de la justicia
independiente un proceso político amañado e injusto.
Ante el rotundo fiasco europeo, vuelve la reclamación del 155 que
Palinuro preveía ayer mismo (No sé cómo no han sacado el 155 a relucir). Quienes critican la judicialización (entre ellos Sánchez hace
unos meses), animan a abandonarla y emprender una vía política. El
problema es que, para la derecha española (en lo tocante a Catalunya todas son
derechas) la política es lo que ha sido siempre: represión, palo y tente tieso.
La cuestión no tiene arreglo. Judicializaban porque carecían de margen político.
El PSOE no lo tiene y el PP, menos. No es que este se equivocara eligiendo la
judicialización en lugar de la vía política. Es que no tenía tal vía política.
Ni la tiene. Ni los otros partidos españoles.
Insisto en que solo parecen verosímiles
dos salidas: estado de excepción (¿qué otra cosa es en el fondo el 155?) o
referéndum pactado de autodeterminación. El Estado intentó establecer un estado
excepción disfrazándolo de proceso judicial y lo ha destruido todo, la justicia
y el Estado. Ahora solo queda el 155, lo que augura mayor conflicto, o el
referéndum.
Publicado por Ramón
Cotarelo
Font: https://cotarelo.blogspot.com/2018/08/derrotada-la-via-judicial-vuelve-la.html
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