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El título del post carece de sentido,
¿verdad? Pues es justamente el sinsentido que por enésima vez ha enunciado el
presidente Sánchez, no solo inasequible al desaliento, sino a la mera razón.
Afirma rotundo (con esa rotundidad de campaña electoral) que no habrá
independencia, ni nada parecido y, acto seguido, acusa a los indepes de no querer
dialogar. Un sinsentido total y una mentira como
un castillo de los Cárpatos. Los indepes se pasan la vida intentando dialogar,
no se han levantado nunca de la mesa (por lo demás imaginaria) del diálogo y
hacen propuestas tras propuestas de solución pacífica y democrática del
conflicto. Todo eso es obvio, patente. Si Sánchez lo ignora no es
involuntariamente. Es, en realidad, que, como a todo el unionismo español, le
parece perder el tiempo atender a razones con los catalanes, sobre todo con los
independentistas. Con los independentistas no se razona. Se les dan las órdenes
oportunas, aunque se basen en puras falsedades. ¿Quiénes son los catalanes para
discutir las decisiones de la metrópoli?
Y aquí entra la cuestión de la perspectiva
colonial. Por colonia pueden entenderse muchas cosas. Una de ellas una entidad
política y administrativa que no se autogobierna, pues las decisiones esenciales
de su existencia se toman en otra parte y con arreglo a otros intereses; en la
metrópoli.
Tómese la declamación de Iceta
del triple "no" a la independencia, al referéndum y a la
autodeterminación. Caray, casi parece el cuarto
jinete del Apocalipsis. La pregunta, sin embargo es: ¿cómo qué, en calidad de
qué, habla Iceta? ¿De político catalán? Su partido es parlamentariamente
irrelevante en Catalunya y no está en condiciones de cumplir tan decididos
propósitos. ¿Por qué los formula? Porque habla en nombre del poder de la
metrópoli. Es el delegado catalán del partido del gobierno, un aspirante al
cargo de lo que popularmente se conoce como "virrey" o un cipayo sin más para el
independentismo radical. Una típica figura en una relación colonial.
En esto del carácter colonial de la
relación España-Catalunya hay aportaciones muy interesantes del adalidad de esta
interpretación, Ramon Grosfoguel, que nos ahorran
extendernos porque las suscribimos. Hay algunos factores que suelen aducirse
para cuestionar la interpretación colonial, en especial, la llamada "historia
común" de las dos naciones y lo que puede llamarse "inversión colonial
catalana".
La llamada "historia común" es una falacia
pues se trata de la historia de Castilla y sus posesiones. El permanente estado
de rebeldía de alguna, como Catalunya, la convierte en objeto de la historia de
"España", pero no sujeto, salvo en algunas contadas ocasiones de crisis. No lo
bastante para construir una identidad compartida con una "historia
común".
La "inversión colonial catalana"
(expresión de mi cosecha) trata de describir una paradoja. La experiencia
muestra que, salvo casos aislados, la relación entre la metrópoli y la colonia
es de explotación de la segunda por la primera, más rica y adelantada en todos
los aspectos. En el caso España-Catalunya es al revés. No se trata de que la
colonia explote a la metrópoli en el sentido imperial tradicional, pero no cabe
olvidar que Catalunya absorbe numerosos recursos del resto del Estado, materias
primas, productos semielaborados, mano de obra y lo utiliza luego como mercado,
aunque cada vez menos atractivo frente al europeo. En cuanto al mayor adelanto
también en todos los órdenes civiles, la cuestión está fuera de duda.
De forma que la relación España-Catalunya
es colonial en su balanza de poder, pero la paradoja de la inversión de papeles
y el mito de la "historia compartida" funcionan como una nebulosa para
ocultarla. Esa nebulosa según la cual no puede haber ni siquiera relaciones de
España con Catalunya dado que Catalunya es tan parte de España como la mentira
del ser humano. Serían relaciones de España consigo misma, siempre agobiada por
su razón de ser. Algo a lo que los españoles, gentes solipsistas, tienen una
clara tendencia. Los españoles son los seres humanos más humanos de todos, pues
viven intensamente el "ensimismamiento" orteguiano. Y, cuando salen de él,
prestos a la acción, encuentran una realidad que no comprenden: la colonia
quiere dejar de serlo. Y es entonces cuando, siguiendo su inveterada costumbre
de hablar alto, que León Felipe había detectado, los españoles empiezan a dar
voces. Según el poeta, la primera vez fue "¡Tierra! ¡Tierra!"; la segunda
"¡Justicia! ¡Justicia!"; y la tercera (la suya) "¡Que viene el lobo! ¡Que viene
el lobo!".
La cuarta, ahora mismo, "¡Que se van! ¡Que
se van!"
Publicado por Ramón
Cotarelo
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